Alan Kreider, The Patient Ferment of the Early Church. The Improbable Rise of Christianity in the Roman Empire, Grand Rapids 2016, 321 p.
La rápida expansión del cristianismo y, sobre todo, el hecho de que esta difusión fuera acompañada de un arraigo profundo y duradero es un enigma histórico que no deja de cuestionar a quienes se acerca a él. Los historiadores han ofrecido diversas respuestas a la pregunta que plantea este acontecimiento poco común. Hace unos años obtuvo cierto eco la tesis propuesta por el sociólogo norteamericano Rodney Stark en un libro titulado El auge del cristianismo (Barcelona 2001). En él mostraba que la conversión al cristianismo fue un proceso complejo en el que las relaciones personales y las redes sociales previas desempeñaron un papel fundamental, identificando al mismo tiempo algunos factores externos que influyeron de forma decisiva en el crecimiento numérico del nuevo movimiento religioso: el variado origen social, el papel de las mujeres, el apoyo de las comunidades judías, la reacción en las plagas y otras crisis sociales, etc. El libro de Alan Kreider aborda esta misma cuestión, pero ofrece una respuesta diferente. Para él, el auge del cristianismo no fue el resultado previsible de un crecimiento exponencial, sino el laborioso fruto de la paciencia que dio lugar a un nuevo estilo de vida.